Descubriendo la luz y los colores, surf en Portugal

Diario de un viaje buscando las mejores playas de surf en Portugal

Hacer surf en Portugal es una experiencia única. Nuestro colaborador Íñigo Fernández, nos cuenta su experiencia recorriendo el centro del país vecino en busca de las mejores playas para practicar este fascinante deporte.

Portugal 2017

Cargamos la furgoneta de enseres y equipos de viaje para hacer un poco el hippie por la península. El objetivo esta vez era acercarnos a algunas de las mejores playas de surf del mundo, las del centro de Portugal. Lo que no sabíamos es que nos llevaría a descubrir tantas otras cosas más fascinantes que las olas.
Salimos desde Valladolid, que es justo lo contrario a un lugar verde, húmedo y fresco en verano. Iniciamos el viaje casi por inercia hacia el oeste con la intención de tomar contacto con el mar en Nazaré, un lugar cargado de misticismo en el mundillo de las olas. Un pueblo costero que vive en alto y también en el mar. Es una parada recomendable por el encanto del pueblo y por el faro-museo del castillo de San Miguel. Allí se guardan las tablas de algunos de las más famosos surferos que han bajado esta superola, como Garret McNamara.

Praia do Norte, donde termina la ola más grande el mundo

Praia de Nazaré

Al día siguiente no pudimos hacer surf por tener el mar muy quieto y nos dirigimos hacia el sur, descubriendo carreteras y pueblos. Empiezan a aparecer los molinos de la costa, unas construcciones muy curiosas situadas a mucha altura en la costa y generalmente bien conservadas.
Esta carretera costera nos lleva a São Martinho do Porto, un pueblo muy cuidado con una baía y una playa en forma de concha, protegida del viento del mar. Al no tener olas proseguimos el camino hasta nuestra siguiente parada, Peniche. Esta es una de las zonas más concurridas para la práctica del surf. Hay escuelas, tiendas y hoteles por todas las esquinas recibiendo practicantes de este deporte. Estuvimos en la playa de Praia da Cova da Alfarroba, a la que se accede cómodamente. Es una playa orientada al norte que recibe un oleaje muy favorable para divertirse en el mar.

Peniche es un pueblo con mucha historia que está en transformación. Su marina y su turismo parecen en crecimiento. Está muy cuidado y se va recuperando el casco antiguo. Tiene mucho encanto. En Peniche comenzamos a darnos cuenta de un detalle que ha marcado el viaje de una manera singular, el suelo adoquinado con piedra clara. Este suelo aparecía en todas las calles y muchas aceras de vías urbanas desde Nazaré. Nos ha parecido fascinante por el coste que tiene y por el peculiar estilo que le confiere al urbanismo. Luego descubrimos que es así en todo Portugal.

Después del surf paramos en la tienda de Rip Curl, obligatoria para cualquier adolescente que viva apegado a las marcas.
Un poco más al sur están dos playas que nos encantaron: Los Supertubos y la de Consolação, que son largas y nada saturadas de gente. Estas vuelven a estar orientadas al oeste y se aparca con bastante facilidad. Buenas para hacer surf si el viento entra de sur y oeste.

Hicimos noche en un acantilado cerca de Consolação sin compañeros de noche, excepto pescadores que bajaban con la marea recoger pulpos y otros frutos del mar.

Al día siguiente seguimos el viaje hacia la Praia de Areia Branca, en Lourinhã, unos kilómetros más al sur. Es un sitio muy cuidado también. Llaman la atención desde aquí los chiringuitos de las playas porque son modernos y tienen buenas instalaciones de restauración y escuelas de surf. Grandes terrazas y acceso al mar.
En Areia Branca el mar estaba muy revuelto y no pudimos hacer muchos esfuerzos en el agua. Tuvimos la playa para nosotros solos.

Después de una ducha en el chiringuito de turno seguimos por la costa pasando por aldeas y pueblos, parando en acantilados a ver el mar, como este en la Praia de Valmitão.

Praia de Valmitão

El mar mejoraba y las olas eran algo mayores. El tiempo cambiaba camino de Ericeira. La verdadera meca del surf portugués. En este punto todo respira entorno a las olas y sus practicantes.
Hicimos parada en playas como la de São Lourenço y en el Miradouro Ribeira D’ilhas. 

Aquí quisimos volver a hacer surf al día siguiente, pero al ser una playa de arrecife o roca nos quedamos con las ganas porque se necesita calzado que no teníamos. Este es el único sitio en el que vimos un poco de «hipismo» en furgoneta. El resto del tiempo las caravanas siempre están en campings o similares. No creo que se permita aparcar furgonetas como en España…aunque a nosotros nunca nos ha dicho nada la policía.

La siguiente cita fue con la supertienda de Quick Silver, que tiene un skate park gratuito. La tienda es muy chula y tiene un bar dentro. Las playas de Ericeira son las más concurridas que vimos:

Pasamos la noche alejados del pueblo, en un acantilado en la Praia da Vigia.

Al día siguiente callejeamos por Ericeira. Es un pueblo precioso que conserva toda su arquitectura y sabor de pueblo pesquero. El turismo no lo ha estropeado y se puede disfrutar de comercio y tiendas.

Resaltaban mucho fachadas y azulejos espectaculares. La playa de arriba es la del pueblo, Praia dos Pescadores.
Luego nos fuimos a coger olas a la Praia do Lizandro, con sus chiringuitos y zonas de ocio muy modernas. Se come y descansa muy bien…

El tiempo se nos terminaba pues teníamos solo seis días. Así decidimos que había que avanzar kilómetros para llegar a tiempo a Lisboa. La siguiente playa, aunque había muchas por el camino, fue la de Guincho. Es una playa de una gran belleza, en la que el viento golpea muy fuerte y permite hacer surf y kite surf. Es una duna gigante similar a la de Bolonia en Tarifa.
El final del día lo pasamos en Cascais. Nada que decir que no conozcas de esta perla de fantasía, plagada de palacios del siglo XIX e inicios del XX que competían en belleza y singularidad. El apogeo del romanticismo en la costa. Este lugar tuvo que ser una eclosión de riqueza, cultura y buen vivir. Cascais es muy interesante. Los mejores lugares para cenar están escondidos en la parte alta, que está salpicada por grafitis como estos:

El día terminó con un paseo por la noche en esta parte de la ciudad que te pide quedarte.
Al siguiente día fuimos a Sintra. El remate del descubrimiento para nosotros. No tengo nada que aportar a ese lugar de ensueño romántico creado alrededor de la idea de un rey portugués con influencias centro europeas.
El último día lo pasamos visitando mi mayor descubrimiento: Lisboa.
Todo lo que fui respirando me pareció bello y familiar, atractivo y deslumbrante. Lisboa no es una ciudad sin más. En un día y medio me pareció descubrir una ciudad para irse a vivir y disfrutar de vanguardia, cultura popular, corrientes diversas mezcladas y pulso a la vida. Lisboa está latiendo y necesita tiempo para ser visitada. Plazas y rincones de la ciudad estaban en constante explosión de ideas, revisando su pasado y construyendo nuevas expectativas. La arquitectura, la gente, el río, las colinas, las fachadas y los lugares de convivencia están hechos para estar.

Visitamos un solo museo, el Gulbenkian, cuyos jardines son fascinantes. Su exposición permanente es amplia y muy importante.


Ha sido un viaje muy intenso. Algo breve. Quizá el año que viene comience en la otra orilla del Tajo y vayamos hasta el Algarve.

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